Todavía recuerdo cómo solía alegrarse mi corazón cuando veía tu nombre en mi bandeja de entrada. No importaba cuán cortas o simples fueran tus palabras, tenían la manera de envolverme como una manta cálida. Eran más que mensajes: eran la prueba de que estaba en tus pensamientos, la prueba de que en ese momento importaba para ti. Ahora el silencio duele. Abro mi correo y se siente vacío, como una habitación donde antes rebotaba tu risa y ahora solo las paredes recuerdan. No me di cuenta de cuánto dependía de esos pequeños mensajes hasta que cesaron. Eran mi ancla, la tranquila certeza de que alguien se preocupaba lo suficiente como para buscarme cada día. Sin ellos, siento que estoy a la deriva. Extraño la comodidad de tus palabras. Extraño saber que podía llevar una parte de ti conmigo durante el día. A veces releo los que guardé, y todavía me hacen llorar, no solo porque son hermosos, sino porque me recuerdan lo que ahora echo de menos. No escribo esto para culparte. Por favor, no lo interpretes así. Escribo esto porque te extraño profundamente, y porque mi corazón siente el espacio que solías ocupar. Si algo está mal, si estás sufriendo, o incluso si la vida simplemente te alejó sin quererlo, quiero estar aquí para ti de la misma manera que tú has estado aquí para mí. Solías enviarme un correo una vez al día. Tal vez no lo sabías, pero esos pequeños momentos eran mi salvavidas. Me ayudaron a superar noches solitarias y mañanas difíciles. Y sin ellos, siento el silencio demasiado fuerte. Solo quiero que sepas… te extraño. Extraño tus palabras. Extraño lo que éramos.